Los desmanes del marqués continuaron. En 1772, durante una noche de juerga en Marsella, ofreció a prostitutas bombones de cantárida, también conocida como «mosca española». La cantaridina era muy buscada como sustancia afrodisíaca, y Louis Petit de Bachaumont, en sus Mémoires secrets –una recopilación de dimes y diretes de la época–, explicaba que el marqués de Sade la usaba para lograr sus éxtasis.

Evidentemente, en esas crónicas hay una buena parte de invención, pero el texto de De Bachaumont es de lo más jugoso: «Escriben de Marsella que el conde de Sade [...] acaba de proporcionar un espectáculo al principio muy divertido, pero espantoso por las consecuencias. Ha organizado un baile, con muchos invitados, y a los postres sirvió unas pastillas de chocolate tan excelentes que la gente las devoró. Eran tan abundantes que nadie se quedó sin ellas; pero había mezclado cantáridas. Conocemos muy bien la virtud de este medicamento, y sucedió que todos los que las habían comido, descontrolados por un ardor impúdico, se libraron a todos los excesos que provoca el furor amoroso. El baile degeneró en una orgía tan famosa como las de los romanos: las mujeres más contenidas no pudieron resistir el arrebato uterino que las embargaba y es así como el marqués de Sade disfrutó de su cuñada, con la que se fugó, para someterla al suplicio que se merecía. Varias personas murieron a consecuencia de aquellos excesos y otras muchas todavía sufren un priapismo terrible».

La realidad fue bastante distinta. Dos prostitutas enfermaron, y una estuvo a punto de fallecer debido a la intoxicación. Pero la fama del marqués ya permitía deformar la realidad y magnificarla hasta convertirla en una orgía romana. De este modo, el Parlamento de Aix condenó al marqués a la pena de muerte por reincidencia, y fue ejecutado en efigie en la plaza de los Prêcheurs de Aix, el 12 de septiembre de 1772.

Fue ejecutado simbólicamente porque la justicia no pudo apresarlo: había escapado a Italia con su cuñada, la hermana menor de Pélagie, llamada Anne-Prospère de Launay, a la que, como bien anunciaban las crónicas, había convertido en su amante.

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